Cultura

García Márquez, creador de un universo literario

2014-04-17

Fue además uno de los pocos escritores en la corta historia del Nobel de Literatura que ha...

Por ALEJANDRO MANRIQUE G.

MEXICO (AP) — Gabriel García Márquez creó un vasto universo literario cuya principal virtud fue la de hacer entendible para el mundo la soledad y la complejidad de Latinoamérica, con una obra inspirada en leyendas, seres míticos y cantos vallenatos, y narrada con una técnica que describía con naturalidad cotidiana hechos alucinantes que escapan a la compresión racional.

Fue además uno de los pocos escritores en la corta historia del Nobel de Literatura que ha sido laureado con el máximo galardón de las letras sin que su obra estuviera concluida.

Su técnica narrativa, conocida como el realismo mágico, fue una de las corrientes literarias predominantes del llamado "boom latinoamericano", como se conoció a la prodigiosa generación de escritores de la región que incluyó a figuras como el Nobel peruano Mario Vargas Llosa, el argentino Julio Cortázar y el mexicano Juan Rulfo.

Su vida transcurrió entre su pasión literaria, su trabajo de reportero — ambas cultivadas y ejercidas desde muy joven en contra de la voluntad de sus padres, Luisa Santiaga Márquez y Gabriel Eligio García — y su vocación de animal político expresada en un discreto pero intenso activismo político de izquierda que lo llevó a admirar y a promover los logros de la revolución cubana, a servir de facilitador entre Estados Unidos y Cuba, a luchar, con sus armas de escritor, contra la dictadura de Augusto Pinochet y a promover un acuerdo de paz entre las guerrillas y el gobierno colombiano.

Esas vocaciones, la literaria, la periodística y la política, las sentía como una sola que emanaban de la misma fuente.

"Soy un hombre indivisible, y mi posición política obedece a la misma ideología con que escribo mis libros", dijo en una columna publicada por el diario El País de España el 8 de abril de 1981.

La literatura le significó fortuna y prestigio y lo que él llamaba con desdén "el asedio de la publicidad". El periodismo y la política, o la percepción de que la ejercía, le trajeron incertidumbre, frecuentes críticas por su entrañable amistad con Fidel Castro, amenazas y el exilio de Colombia en 1981.

En esas tres corrientes transitó su vida y lo llevaron de comer sobras de un bote de basura en París, de dormir una temporada en una casa de prostitutas en Cartagena, o de ser arrestado por la policía francesa tras confundirlo con un inmigrante sin autorización argelino, a dormir en la cama del rey de España Alfonso X, a compartir un encierro obligado en la residencia privada del papa Juan Pablo II, quien no daba cómo abrir la puerta, y a sentarse a manteles y ser consultado por ministros y jefes de estado, en persona o por teléfono, sobre política y los conflictos sociales más variados.

Después del Nobel, García Márquez vivió como una celebridad trashumante y casi invisible entre la Ciudad de México, Cuernavaca, Barcelona, Bogotá y Cartagena, donde tenía casas o apartamentos en los que, según él, tenía un estudio similar para honrar su feroz disciplina de escritor, a la que consagraba las primeras horas del día, de 9:00 am a 2:00 pm, con el sólo propósito de escribir una buena página por jornada, y sólo una, después de minuciosas rescrituras y múltiples borradores.

Así, según sus cuentas, "uno podría escribir tanto como (Honorato de) Balzac", uno de los escritores más prolíficos de la historia, con más de 17 novelas, le dijo a un grupo de periodistas en un seminario en abril de 1996 en Cartagena.

Su universo literario tuvo origen en un remoto pueblo del Caribe colombiano, Aracataca, donde nació el 6 de marzo de 1927 y vivió una infancia feliz al lado de sus abuelos, Tranquilina Iguarán y Nicolás Márquez, el coronel de la Guerra de los Mil Días; un conflicto que culminó con la secesión de Panamá de Colombia.

Ambos, sin saberlo ni proponérselo, impulsaron la vocación literaria y la visión política de su nieto, su estirpe de liberal de izquierda, e inspiraron a dos de los personajes centrales de su obra: Úrsula Iguarán, la matrona sobre quien gravita las siete generaciones de "Cien años de soledad", y el coronel Aureliano Buendía, el segundo de la sucesión familiar.

"No puedo imaginarme un medio familiar más propicio para mi vocación que aquella casa lunática", escribió García Márquez en su inconclusa autobiografía "Vivir para Contarla". "Mi mejor fuente de inspiración eran las conversaciones que los mayores sostenían delante de mí, porque pensaban que no las entendía o las que cifraban aposta para que no las entendiera. Y era todo lo contrario: yo las absorbía como una esponja... y cuando se las contaba a los mismos que las habían contado se quedaban perplejos por las coincidencias entre lo que yo decía y ellos pensaban".

Y de su abuelo dijo que lo inició "en la triste realidad de los adultos con relatos de batallas sangrientas y explicaciones escolares".

Pero tuvieron que pasar más de 35 años para que García Márquez encontrara el tono de "encíclica bíblica cantada", como él decía, para que se le iluminaran los personajes que lo maravillaron en su infancia y que quedaron condensados en la saga de los Buendía en "Cien años de soledad".

Ese momento de iluminación ocurrió cuando viajaban en automóvil desde la Ciudad de México a Acapulco junto con su familia y la del escritor mexicano Carlos Fuentes.

Fue un momento de inspiración, un acceso místico que sólo tuvo paz cuando el manuscrito llegó a puerto seguro en la editorial argentina Sudamericana dieciocho meses después y tras ser rechazado por al menos una editorial.

En un inédito homenaje rendido por la Real Academia de la Lengua en Cartagena, que decidió imprimir una edición revisada de un millón de ejemplares de su obra cumbre cuando la novela cumplía 40 años de ser escrita y García Márquez llegaba a los 80, Fuentes narró ese momento de inspiración, del que fue testigo de excepción.

"Lo miré y me asusté. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué irradiaba una beatitud improbable el rostro de Gabo? ¿Por qué le iluminaba la cabeza un halo propio de un santo? ¿Era culpa de los tacos de cachete y nenepil que comimos en una fonda de Tres Marías?", dijo Fuentes. "Nada de esto: sin saberlo, yo había asistido al nacimiento de 'Cien años de soledad', ese instante de gracia, de iluminación, de acceso espiritual, en que todas las cosas del mundo se ordenan espiritual e intelectualmente y nos ordenan: 'Aquí estoy. Así soy. Ahora escríbeme'''.

Cuatro años antes había arribado a Ciudad de México, un lunes 26 de junio de 1961, con "sus últimos veinte dólares y nada de porvenir", según dijo al diario El Espectador en 1983. Desembarcó luego de un largo viaje en bus desde Nueva York, donde trabajó como corresponsal de la agencia cubana de noticias Prensa Latina, y en su recorrido vio de primera mano y por primera vez la vida fabulada por el escritor estadounidense William Faulkner; una travesía que se constituyó en otro de los momentos que moldearon su cosmovisión literaria.

"La vida terrible del condado de Yocknapatapha (sic) había desfilado ante nuestros ojos desde la ventanilla de un autobús, y era tan cierta y tan humana como en las novelas del viejo maestro", dijo García Márquez en una entrevista con su amigo Plinio Mendoza a finales de 1963.

Al término de su odisea faulkeriana, en una estación de tren de la capital de México, aguardaba por la familia García Barcha, entonces integrada por el periodista y escritor, su esposa Mercedes Barcha y su hijo Rodrigo García-Barcha, el poeta y escritor bogotano Álvaro Mutis, quien rápidamente le ayudó a conseguir empleo en una agencia de publicidad.

Gabo, como lo conocen la mayoría de los latinoamericanos, luego consiguió trabajo en un estudio cinematográfico.

Su devoción por la literatura de Faulkner, y también por Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Virginia Wolf y Ernest Hemingway, nació años antes en la ciudad de Barranquilla, de la mano de un frenético grupo de literatos y periodistas aficionados a los burdeles y las parrandas hasta el amanecer, con quienes García Márquez compartió sus primeras letras de reportero y escritor, y quienes saciaban su voracidad literaria con la misma ansía con la que bebían en una cantina barranquillera que les dio el nombre "La Cueva".

En aquella época García Márquez repetía una frase atribuida a Faulkner de que "el mejor lugar para un escritor es el burdel: las mañanas son tranquilas, todas las noches hay fiesta, y se está en buenos términos con la policía". Escribía su columna "La Jirafa", que era como le decía a su esposa Mercedes Barcha, a quien entonces cortejaba; escribía y rescribía el manuscrito de su primera novela, "La hojarasca", y fumaba hasta dos cajetillas de cigarrillos al día.

Ya en México, con una familia que alimentar, la parranda caribeña parecía un recuerdo de antaño y de sus amigos logró algo determinante para su carrera: su apoyo para dedicarse a escribir "Cien años de soledad". Ese tal vez ese sea el origen de su lapidaria frase de que Gabriel García Márquez escribe "para que mis amigos me quieran más".

En una entrevista con el diario El Mundo de España lo dijo de una manera más explícita: "Dicen que soy un mafioso porque mi sentido de amistad es tal que recuerda un poco a los gánster".

Dos de sus entrañables, los mexicanos Jomí García Escot y María Luisa Elio, fueron testigos de excepción de esa lealtad gansteril cuando el autor cumplió su promesa de dedicarles "Cien años de soledad". Fueron sus más entusiastas lectores y quienes más ayudaron a la familia en esa época febril.

Su esposa Mercedes, a quien conoció desde la infancia como la hija del boticario en la población caribeña de Sucre, donde su padre fue homeópata sin fortuna y por tiempos telegrafista, tomó las riendas de los gastos de la casa en esos 18 meses de encierro y escritura a los que se había abandonado su marido.

Logró créditos y nuevos plazos a los préstamos inicialmente contraídos que parecían imposibles, luego de haberse gastado los ahorros, vender un automóvil y todos sus electrodomésticos, incluido el teléfono. La familia sólo dejó para sí, como patrimonio inembargable, un secador de pelo que usaba Mercedes, la estufa y la licuadora que necesitaban para alimentar a sus dos hijos, pues el menor, Gonzalo García Barcha, había nacido hacía poco.

La pobreza había asomado otra vez por la casa de García Márquez, pero del hambre los salvaron las gestiones de Mercedes y la solidaridad de sus amigos.

Cuando el manuscrito estuvo culminado, con los últimos centavos de las diezmadas finanzas familiares, Mercedes logró enviar a la editorial argentina Suramericana la mitad de "Cien años de soledad", no el manuscrito completo como habían acordado con los editores. Lo peor vino cuando cayó en cuenta que envió la segunda parte de la novela, no aquella que inicia con la imagen de un improbable padre, que en realidad recrea de sus paseos con su abuelo el coronel, llevando a su hijo a ver el hielo.

Sus dos novelas anteriores también habían sido escritas entre los apremios del hambre y las injusticias de la pobreza. "La hojarasca", cuyo manuscrito cargaba por Bogotá cuando estudiaba derecho en la Universidad Nacional, y que guardaba con celosía en una carpeta de cuero que nunca empeñó, finalmente vio a la luz en 1955.

Tal vez lo más notable de esa primera novela sea su prólogo, escrito sin que hubiera cumplido sus 29 años, en el que García Márquez sitúa el tiempo y el espacio de casi toda su obra: desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, y en "Cataca", como él y su familia le decían a Aracataca. O más específicamente en aquel pueblo perdido al que llamó Macondo en la humilde casa de sus abuelos.

Ese breve escrito, ampliamente ignorado, también menciona la que será una de sus obsesiones literarias: el fracaso del proyecto modernizador de los caudillos que liberaron a Latinoamérica del yugo español, que en vez de construir una sociedad moderna y democrática levantaron un mundo machista y feudal, remoto y supersticioso, injusto y fatalista, que luego sucumbiría a la influencia estadounidense.

Un mundo que luego describiría con mucho detalle en "Cien años de soledad", en el que "nosotros éramos los forasteros; los advenedizos", dice el prólogo en referencia al arribo de la United Fruit Company a Macondo.

Su otro gran relato de juventud, antes de abocarse a su obra maestra, fue "El coronel no tiene quien le escriba", su novela corta que como ninguna otra refleja el hambre que su autor padeció cuando la escribió París, donde García Márquez había decidido quedarse pese a que el periódico para el que trabajaba y que lo mantenía a flote fue clausurado por una dictadura que gobernó a Francia por cuatro años.

Tres semanas antes de que los envíos de dinero del diario terminaran y que el autor iniciara su obra, García Márquez conoció a María Concepción Quintana, Tachia, con quien tuvo un tórrido y conflictivo romance. Ella fue testigo de primera mano de la pobreza extrema del escritor mientras escribía la corta novela.

"Al principio Gabriel tenía dinero suficiente para invitar a una chica a una copa o a una taza de chocolate, o para pagar el cine", dijo Tachia a Gerald Martin en su biografía de Gabo. "Entonces su periódico cerró y se quedó sin nada".

El diario decidió enviarle un pasaje de regreso pero García Márquez lo vendió. Y cuando se le acabó ese dinero sus amigos, en especial el arquitecto Hernán Vieco, lo alimentaron. Y cuando se les olvidó, pidió limosna, recogió papel periódico y botellas en la calle a cambio de miserias, y comió de las sobras de basura.

Vivía como un mendigo y en una de sus notasRestaurar de prensa escribió que una vez se reconoció en el pellejo de un indigente que caminaba por uno de los puentes que atraviesan el río Sena.

"El coronel no tiene quien le escriba" tiene elementos reales de la historia de su abuelo, que esperó por su pensión como veterano de guerra casi toda su vida, y de su abuela Tranquilina, que en sus últimos años de vida, ciega pero clarividente como Úrsula, personaje en "Cien años", se obsesionó con el tema y dio cantaleta sobre la infructuosa espera y la injusticia del gobierno por no enviar la mesada. Pero ellos nunca padecieron el hambre que el autor vivió en carne viva en París.



ROW

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