Reportajes

¿Internet lo hace más tonto?

2010-06-15

Una evidencia científica cada vez mayor sugiere que la red, con sus constantes...

Por Nicholas Carr / Dow Jones Newswires

El filósofo romano Séneca lo explicó muy bien hace 2,000 años: "estar en todas partes es estar en ninguna parte". Hoy en día, Internet nos ofrece un fácil acceso a volúmenes de información sin precedentes. Pero una evidencia científica cada vez mayor sugiere que la red, con sus constantes interrupciones y distracciones, también nos está convirtiendo en pensadores superficiales y aislados.

El panorama que surge de estos estudios es terriblemente preocupante, al menos para cualquiera que valore la profundidad, en lugar de sólo la velocidad, del pensamiento humano. Los estudios muestran que la gente que lee textos repletos de enlaces entiende menos que quienes leen texto lineal tradicional. La gente que ve presentaciones multimedia se acuerda de menos detalles que aquellas que reciben la información de una forma más sosegada y centrada. Quienes reciben constantemente correos electrónicos, alertas y otros mensajes entienden menos que las personas capaces de concentrarse. Y la gente que hace muchas tareas simultáneamente es menos creativa y menos productiva que quienes hacen una cosa a la vez.

El hilo común de estos problemas es la división de atención. La riqueza de nuestros pensamientos, nuestras memorias e incluso nuestras personalidades dependen de nuestra capacidad para enfocar la mente y mantener la concentración. Sólo cuando prestamos gran atención a una nueva información podemos asociarla "de modo significativo y sistemático con el conocimiento ya arraigado en la memoria", escribe el neurocientífico Eric Kandel, ganador de premio Nobel de Medicina. Estas asociaciones son esenciales para dominar conceptos complejos.

Cuando sufrimos constantes interrupciones y distracciones, como suele pasar cuando navegamos en Internet, nuestros cerebros son incapaces de forjar las sólidas y extensas conexiones neuronales que dan profundidad y distinción a nuestro pensamiento. Nos convertimos en simples unidades de procesamiento de señales, guiando rápidamente partes de información inconexas dentro y fuera de la memoria a corto plazo.

En un artículo de la revista Science el año pasado, Patricia Greenfield, una reconocida psicóloga evolutiva, revisó decenas de estudios sobre cómo influyen en nuestras capacidades cognitivas las diferentes tecnologías de los medios de comunicación. Algunos de los estudios mostraron que ciertas actividades informáticas, como los videojuegos, pueden mejorar "las capacidades de conocimiento visual", al aumentar la velocidad a la que la gente puede cambiar su foco de atención entre íconos y otras imágenes en las pantallas. Sin embargo, otros estudios determinaron que estos rápidos cambios de enfoque, incluso si se realizan correctamente, provocan un pensamiento menos riguroso y "más automático".

Greenfield concluyó que "cada medio desarrolla algunas capacidades cognitivas a costa de otras". Nuestro creciente uso de medios basados en pantallas, dijo la experta, ha fortalecido la inteligencia visual-espacial, que puede mejorar la capacidad de hacer tareas que implican seguir muchas señales simultáneas, como el control del tráfico aéreo. Pero este proceso se ha visto acompañado de "nuevas debilidades en nuestros procesos cognitivos de mayor importancia", incluyendo "vocabulario abstracto, atención, reflexión, resolución inductiva de problemas, pensamiento crítico e imaginación". En una palabra, nos estamos haciendo más superficiales.

Sería una cosa si los efectos adversos desaparecieran cuando apagamos nuestras computadoras y teléfonos celulares. Pero no es así. La ciencia ha descubierto que la estructura celular del cerebro humano se adapta fácilmente a las herramientas que usamos, incluyendo las que encuentran, almacenan y comparten información. Al cambiar nuestros hábitos mentales, cada nueva tecnología fortalece ciertas vías neuronales y debilita otras. Las alteraciones celulares continúan moldeando la forma en que pensamos incluso cuando no estamos usando la tecnología.

En todas estas navegaciones y búsquedas en Internet, lo que parece que estamos sacrificando es nuestra capacidad para usar formas de pensamiento más tranquilas y atentas que promueven la contemplación, la reflexión y la introspección. La web nunca nos anima a disminuir la velocidad. Nos mantiene en un estado de perpetuo movimiento mental.

Comparar los efectos cognitivos de Internet con los de una tecnología de la información previa —el libro impreso— es revelador, y desalentador. Mientras que la web dispersa nuestra atención, el libro la concentra. A diferencia de la pantalla, la página promueve la reflexión.

Leer un gran número de páginas nos ayuda a desarrollar un tipo raro de disciplina mental. Después de todo, la tendencia innata del cerebro humano es estar distraído. Nuestra predisposición es estar conscientes lo máximo posible de todo lo que nos rodea. Nuestros cambios de enfoque rápidos y reflexivos fueron alguna vez cruciales para nuestra superviviencia. Reducían las posibilidades de que un depredador nos sorprendiera o que pasáramos por alto una fuente de alimentos.

Leer un libro es practicar un proceso de pensamiento antinatural. Tenemos que forjar o fortalecer los vínculos neuronales necesarios para contrarrestar nuestra distracción instintiva, logrando así un mayor control sobre nuestra atención y nuestra mente.

Es ese control, esta disciplina mental, la que nos arriesgamos a perder al descifrar cada vez más tiempo a Internet. Si la lenta progresión de las palabras en las páginas impresas frustró nuestro deseo de ser inundados por la estimulación mental, la web lo satisface. Nos devuelve a nuestro estado natural de falta de concentración, con muchas más distracciones de las que enfrentaron nuestros antepasados.



EEM

Notas Relacionadas

No hay notas relacionadas ...